“No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate que puedes hacer tu por tu país”, célebre frase de Kennedy. Pero con poco contenido en un país tan huérfano de memoria como España en el que ya casi nadie se acuerda de ese primer escalón de mando tan denostado por el devenir del tiempo como lo es el empleo de Cabo. Una institución que se precie y que se quiera erigir como precursora de un servicio público con una respuesta eficiente al ciudadano del siglo XXI está abocada a poner necesariamente en valor la figura del mando intermedio. Seña de identidad como pocas forma parte del eslabón de la cadena de mando engrasando su funcionamiento por lo que debiera erigirse como antaño en uno de los puntales de la Guardia Civil. Como si se tratase de un puñal de dos filos, por una parte ejerce la continuación del mando transmitiendo las órdenes dadas por la superioridad; por otro, escucha y se hace eco de las reclamaciones de los guardias. Mando silencioso, efectivo, adalid de rectitud, de buen hacer y tan necesario para
lidiar con los problemas cotidianos de las unidades de la benemérita, siempre con su proceder recto y meticuloso por bandera.
Tesitura que cobra especial relevancia en un empleo que se ocupa de mantener el equilibrio de la unidad, apreciado y valorado no hace mucho tiempo pero que, a día de hoy no goza del reconocimiento de casi nadie. Buceando un poco en la historia, tristemente te das cuenta de que pocos se acuerdan de esos abnegados cabos que dirigían con su buen hacer la gran mayoría de los puestos que vertebran esta geografía de piel de toro que es España. Llena de encrucijadas, de caminos donde esos cabos tan buenos conocedores del terreno actuaban arrogados por una solvencia que jamás se cuestionaba. Algunas veces como titulares, otras como sustitutos del Comandante de Puesto pero siempre dando las ordenes con firmeza y enarbolando por todo lo alto la bandera de la institución. Quehacer diario austero y discreto que llevan desempañando desde hace nada más y nada menos que setenta y nueve años, alejándose siempre de alabanzas para así garantizar la eficacia del servicio.
Típica y cercana era la estampa que contemplaba el ciudadano que se aventuraba a entrar a un cuartel de antaño, puestos vetustos con fachadas agrietadas y flanqueadas por un portón de madera verde y añeja pero tan llenos de vida por dentro donde el guardia dispensaba la bienvenida al ciudadano de bien y lo conducía hasta la oficina del Cabo para que resolviera el problema que lo afligía. Allí, su figura recortada emergía entre el eco del sonido estruendoso de las teclas de la máquina de escribir que inundaban el silencio.
Hábitat natural del cabo donde atendía a los ciudadanos bajo el manto de una oficina en la que se entremezclaba el olor a tinta y a humedad de aquel papel rancio que se apilaba entre legajos y más legajos que llegaban hasta el mismo techo. Nadie como ese hombre abnegado cargado con su varita mágica para solventar los problemas del paisano de a pie: robos, riñas, violencia de género, amenazas, drogas, nada se le escapaba. Siempre echando cuantas horas hiciese falta sin apenas importarle el paso de las manecillas del reloj. Actuando con la máxima celeridad para cumplimentar esos escritos que reposaban sobre la bandeja del escritorio. Un hombre multiusos que solventa esos pequeños problemas que permiten que el engranaje de la todopoderosa Guardia Civil funcione eficientemente.
Laboralmente, mucho me temo que su trabajo ni de lejos se le retribuye como se merece, tampoco se le acaba de arrogar la categoría de mando que se le presupone. De su figura siempre se espera el máximo rendimiento pero tampoco se le acaba de reconocer es prestigio ganado a pulso durante tantos años. En mi corta experiencia he podido experimentar ciertas contradicciones que ocurren cuando las cosas se ponen feas que es precisamente cuando la figura del Cabo emerge con luz propia. Y es que, en ese preciso instante el mando superior llama por teléfono haciendo desesperadamente la pregunta de rigor ¿Quién está de servicio? Ese vacío, ese silencio se llena cuando el interlocutor le contesta “está el cabo”. Un rostro sin nombre con el que el oficial de turno lanza un hondo suspiro de tranquilidad pues ya no tendrá que enfundarse el traje para atender la urgencia sabedor de que el cabo acometerá su trabajo con la máxima diligencia y eficacia, teniéndolo informado en todo momento.
En ningún momento mostrará queja alguna, no pondrá mala cara, ni hará reproche alguno a su superior. Tan solo en ese pequeño momento, en ese impasse se le reconoce su valía como mando, pero la controversia se suscita cuando ese trabajo vocacional no es recompensado: ni económicamente, ni laboralmente. Pasan los días y estos jefes cortos de memoria olvidan que ese cabo, usualmente el comodín del puesto resolvió la situación eficazmente y todo vuelve a caer en el saco del olvido.
¿Y por qué? Pues porque para ese menester el Cabo si que es un mando y está obligado a actuar, sin embargo para otros asuntos que no convienen no es merecedor de tal consideración. Fines de semana, días festivos, nocturnos, el cabo ejerce el trabajo que nadie quiere, una figura a la que casi nadie en esta institución reconoce el valor que se merece. Sin embargo cara a la calle la situación es bien distinta pues todavía en los mentideros de los pueblos la gente lo asocia a una cara cercana, un rostro con nombre propio al que todos respetan y al que acuden cuando más se necesita. Entonces, ¿porque no se le concede el reconocimiento del que otras escalas si gozan?
“LAMENTABLEMENTE EL EMPLEO SE ESTA DILUYENDO”
Lamentablemente el empleo se está diluyendo, zozobra cada vez más y con escasas miras de que la situación cambie. Pero no todo iba a ser negativo y por suerte estos cabos de la Guardia Civil se han unido en una asociación que vela por sus intereses, derechos laborales y por su prestigio, como lo es APC que con un trabajo silencioso pero constante están volviendo a poner en valor ese empleo. Caso reciente que da buena cuenta de lo que aquí se expone es el caso protagonizado por un cabo quien llevado por el sentido del deber ha mostrado firmeza para desenmascarar parte de ese entramado independentista catalán que en la actualidad se juzga y todo ello pese a los menosprecios a los que hubo de enfrentarse. Ese famoso Cabo Juan Carlos Beiro al que le explotó una bomba lapa escondida bajo una pancarta en Navarra. O el Cabo Díaz que pereció en Guillena bajo las voraces aguas de un río por intentar rescatar a varias personas en peligro. Huelga decir que valga el reconocimiento de todos para el Cabo.
JF PINAZO